sábado, 5 de enero de 2008

La ciudad olvidada

HACE UNAS DECADAS, todos los mexicanos y millones de extranjeros (sobre todo cubanos) deseaban venirse a vivir a México, que era una ciudad magnífica: linda, limpia, bien trazada, de apenas cinco o seis millones de habitantes que dejaban vivir a los demás, entre otras cosas porque casi todos tenían trabajo. Y había orden y civismo, esas dos cualidades ahora prácticamente desconocidas entre los habitantes menores de 45 años. Cometías un delito, una falta administrativa (que así era juzgada por la policía) o un exceso y en medio de averiguaciones acababas en el bote, tras de ser paseado en una patrulla de la policía dizque preventiva o, si te iba peor, en un carro sin marcar de la tenebrosa DIP, ahora desaparecida. El tiempo en la cárcel variaba según tu acción, falta u omisión.

Eso era hace décadas. Luego nos atiborramos de todos los mexicanos que deseaban (y necesitaban) vivir en esta ciudad y que ahora, tras de volverse ricos y regresar a sus estado de origen (aunque nunca cultos o civilizados) son los mismos que hablan mal de los capitalinos, tildándonos de chilangos (que considero insultante). La ciudad de México fungía entonces, no sólo para todo el país sino para muchos países americanos y europeos, como los EEUU ahora: a ella emigraban aquellos que querían trabajar o estudiar a cualquier costo. Era la ciudad a la que se fugaban los cerebros... y las manos. Esto sucedió en tiempos entre los años 70 y 82, cuando eran presidentes dos personajes que si no hubieran sido trágicos hubieran sido muy cómicos, Luis Echeverría y José López Portillo.

Esta inmigración, a la que también debemos añadir la de aquellos que huían de los regímenes dictatoriales del cono sur y que, como siempre, fueron bienvenidos en nuestro país, hizo que la ciudad se sobrepoblara, que perdiera su limpieza y sus virtudes, que el tráfico se desbordara y hubiera que construir a la carrera nuevas vialidades y que el caserío gris y en su mayor parte opaco y antiestético se extendiera interminablemente por todo el Valle de México y por encima de las pequeñas montañas que se asientan en él hasta insinuarse gravemente en gran parte de los elevados picos que rodean a la ciudad por el sur y el poniente. Si a todo esto le añadimos la pérdida de los lagos por el norte y oriente que en tiempos lejanos, pero tampoco tan remotos circundaban, humidificaban y nivelaban el clima y los acuíferos de la ciudad y su consiguiente hundimiento, tendremos como resultado una ciudad –ahora aparentemente en el olvido o en los casilleros anteriores que se llaman ineficiencia o incapacidad- de miles de kilómetros cuadrados de casas, edificios y calles, pero casi sin parques y sin mercados públicos, desde que corrieron al Lic. Uruchurtu, que fue como un Giuliani pero en serio. Los gobiernos subsecuentes, que empezaron a perder el control y el orden, no tuvieron más remedio que autorizar vendimias antihigiénicas en las calles que para hacer monas tildaron de tianguis, como en tiempos de los aztecas. Lo incómodo y anihigiénico nunca se los podrán quitar. Ni el clientelismo de los partidos políticos.

Bueno, pero al grano: la ciudad olvidada he titulado a esta primera colaboración, porque a pesar de que es una de las ciudades más importantes e interesantes del mundo, y más bellas y ricas de América, con un impresionante número de museos y atractivos turisticos, está olvidada, como una actriz envejecida a la que ningún productor llama para hacer nuevas películas u obras de teatro. Sólo existe en tiempos políticos, en que los gobernantes (por cierto, originarios de otros estados, sin amor hacia la madre) le tratan de tapar el ojo al macho a sus habitantes con obras de relumbrón y que siempre quedan, además de feas, inconclusas, con aspecto corriente y raras. Me viene a la cabeza el llamado Segundo Piso del Periférico (que debería ser llamado un puente de varios kilómetros de longitud sin salidas o entradas útiles y que sólo cambió el lugar de los embotellamientos vehiculares). Además de que se les olvidó colocar puentes peatonales que crucen el gris monolito, ¿no es extraño que aun en tiempos de secas esta obra antiestética produzca agua que escurre sobre los vehículos que van en el, ejem, "primer piso"? Si el gobernante que autorizó la obra tuviera los derechos de autor sobre este prodigio no andaría buscando notoriedad política haciendo y diciendo barbaridades, como que “no hay ciudadanos de primer y segundo nivel (o piso)”, sino que sería más rico y ya se hubiera olvidado de ser globalifóbico (que es una de las más feas palabras que he escrito) y estaría haciendo algo verdaderamente útil para sus semejantes de todo el mundo: llevando agua a las zonas desérticas, eso si: construyendo primero un puente sobre el sitio al que hay que irrigar, por lo que desde luego contaría con el apoyo de los fabricantes de cemento, concreto, varilla... y luego de los fabricantes de tuberías para llevar el agua.

Por ahora, la ciudad de México parece que ha sido recientemente bombardeada, por el vergonzoso estado de su supuesto pavimento, que a veces parece más terracería apisonada. Está, además, a punto de realizarse en ella el horror que profetiza Cortázar en su célebre cuento “La autopista del Sur” (si no lo han leído, háganlo urgentemente). Y no sé si solamente es una figuración mía, pero parece que es en el sur de la ciudad en donde los gobernantes se han pulido en no corregir el pésimo estado del piso de las calles y avenidas. ¿Será una venganza política por los resultados electorales pasados o por aquella ya casi difuminada manifestación en contra de la inseguridad, con la presencia activa de más de un millón de personas vestidas de blanco y sin ser acarreadas?

Un ejemplo está en el tramo del Periférico Sur que va de San Jerónimo hasta el Viaducto Tlalpan, en donde hay que escoger no entre caer o no en un bache, sino en el tamaño del bache en el que tenemos que caer. Tal vez fuera más genuino que las autoridades se decidieran a retirar el poco pavimento que queda, ¡faltaría más! ¿A poco creen que no se atreven?

Y así, las colonias sureñas, habitadas por gente que en su mayor parte paga sus impuestos (porque también viven algunos ricos y muchos políticos) hacen que cada vez sea mayor la necesidad absurda de adquirir una súperestorbosa y súpercontaminante SUV en lugar de un simple automóvil compacto. Recuerdo que hace poco le dije bromeando al vendedoro de una distribuidora de autos: "Si no me haces un buen precio, tendré que importar un auto de los EEUU" , a lo que él me respondió sonriendo burlonamente: "¡Ándale: a ver cuánto tiempo te duran las llantas y la suspensión! ¿Qué no sabes que los autos armados o hechos en México tienen la suspensión reforzada?" Por algo será: mientras tanto, aquellos que desean importar un vehículo (como se les llama ridículamente ahora), quedan advertidos.

Y eso sí: hay buenas y malas noticias para quienes sufrimos la ciudad olvidada: la mala es que los tiempos políticos más próximos apenas se iniciarán a finales del año que inicia, cuando nuestros políticos se peleen por los huesos llamados diputaciones. La buena: que hasta que eso no suceda no debemos esperar tener varias manifestaciones diarias.

Bueno, nos veremos en un mes y mientras espero la comunicación de los lectores.

No hay comentarios: